Educar and tiempos de Mundial | Mundial Qatar 2022

Cuando yo tenía su edad, la del pequeño, ocurrió el Mundial 82, el primero querecuerdo. Oh, aquello me fascino. No exagero si afirmo que esos días descubríel mundo. Aprendí que era un lugar complejo y plural, habitado por personas dediferentes culturas y colores, no solo de camiseta, y maneras de entender lavida y el balón. Aprendí todo aquello como se aprenden las cosas importantes:viviéndolas. Aquel verano asistí en San Mamés a un Inglaterra-Francia en elque apoyaba a los galos, a pesar de vestir en la calle la réplica de lacamiseta Admiral de los británicos con el logotipo de la Caja de Ahorros deBilbao. Aquel verano me regalaron una enciclopedia de fútbol que leí cientosde veces hasta memorizar casi todos los nombres que en ella aparecían y recitédespués durante las retransmisiones de la televisión nombres exóticos y belloscomo poemas: Littbarski, Gentile, Smolarek, Keegan, Edevaldo. Aquel veranocelebré montones de goles, soñé muchos más y lloré, lloré varias veces, laúltima cuando Hrubesch marcó el penalti que clasificaba para la final aAlemania, a los malos, a los de Schumacher. Vaya si llore esa noche.

Todo aquello me llegó tamizado por las palabras de mi padre, a quien cada díadel campeonato abrasaba a preguntas y cuya palabra entendía como definitiva.Por él comenzó mi admiración por Sócrates, Tigana y Osvaldo Ardiles, que me haacompañado toda la vida.

Cuando casi sin previo aviso, en mitad de la rutina invernal, llegó esteMundial 2022, me asaltó la duda de si verlo en casa, junto a mis hijos, meconvertía en cómplice de esta desafortunada FIFA nuestra y sus tejemanejes conel poder económico. Tengo algunos buenos amigos, muy futboleros, que estánpracticando un férreo boicot televisivo. Pero yo no podía hacer eso a mispequeños. Cuatro años para un adulto es un tiempo considerable, pero para unniño es media vida. No podía dejarlos sin futbol. En lugar de ello, estoyintentando usar el acontecimiento para hablarles del mundo en que vivimos, dela riqueza cultural y las injusticias, de la maravillosa diversidad y dequienes atentan contra ella porque anhelan un mundo homogéneo, feo, gris y sinarcoíris.

Con el mayor creo que lo he conseguido, que el fútbol sirva para su procesoeducativo. La última prueba de ello: el otro día pudo elegir el número quequisiera para la camiseta del equipo con el que juega y optó por el 18 deÓscar de Marcos y Carlos Gurpegui. Con el pequeño estoy en camino. Estos díasme come a preguntas, como hace 40 años hice yo con mi padre. ¿Por qué prefieroque ganen los equipos más pequeños, esos que a casi nadie dicen nada? ¿Por quéle tengo tanta tirria a Mbappé si es buenísimo? ¿Por qué animo a Ghana?Nuestras conversaciones son de fútbol, ​​pero a través de ellas intentoexplicarle el modo en que entiendo la manera en que debemos estar en estemundo. Intento, and definitiva, educarle. Creo, de verdad, que en este procesoel fútbol es un gran aliado y el Mundial, también este Mundial, unaoportunidad.