Qatar 2022: Un Mundial improbable, Tu Excelencia | Mundial Qatar 2022

Granjuán, hoy emprendemos un largo camino que va a ser corto y no nos va allevar muy lejos. Son raros los mundiales: esta certeza de que va a pasar algoque retendrá nuestra atención durante un mes. No suele suceder: las noticias,las historias, los hechos que la retienen se presentan de pronto, deimproviso, se instalan como un amigo abusón en el sofá. Pero esta no: haceaños que sabemos que va a ser, solo que no sabemos que va a ser. Así que, a lolargo de este mes, lo iremos viendo. Después terminará y habrá pasado tanto yno habrá pasado nada. Pero, antes que nada, tenemos que encontrar los nombres.

Todo está en la nominación: el privilegio del hombre, le dijo un dios paratratar de engatusarlo, es decidir los nombres de las cosas. Yo debo darte unnombre, Granjuán, que nos guíe en esta correspondencia. Corresponde, entonces,creo, llamarte Su Excelencia, porque tu excelencia es lo que acaba de destacarel raro jurado de una fundación fundada por Gabriel García Márquez (a) Gabo,que te dio su Premio de Ídem. Así que serás, para mí, a lo largo de este largomes, Su Excelencia o, si acaso, chabacano que soy, Tu Excelencia, monarcamariposa.

Tu Excelencia: nombrado que te he, debemos definir de qué vamos a hablar. Esraro: empieza esta fiesta del fútbol y parece que, antes que nada, deberíamoshablar de otros asuntos: de como se inventó, se hizo posible. Hace unos días,en este mismo diario, el amigo Enric González –nunca en un sofá– nos recordabaque Qatar había ganado su derecho a albergar esta rumba porque un presidentefrancés de Francia llamado Sarkozy quería venderle aviones de combate yentonces conminó a un presidente francés de la UEFA llamado Platini para quele arreglara el asuntito. Platini lo hizo –y después lo echaron por corrupto–y Sarkozy vendió sus armas –y después lo juzgaron por corrupto–. Lo decía elentonces presidente suizo de la FIFA llamado Blatter, que también despidieronpor corrupto. Y que, para sellar esa amistad, Qatar se compró el equipo quealienta Sarkozy, el nunca bien ponderado PSG, y lo dotó de los mejoresmercenarios.

Mientras, el emirato armaba los escenarios necesarios. Para eso, firme en sutradición de aldea nuevorrica, se compró un millón de inmigrantes que leconstruyeran los estadios, hoteles, avenidas, metros, urinarios –no sabes, TuExcelencia, la cantidad de orina que un Mundial engendra. Como eran baratos–los inmigrantes, no los urinarios– los cuidó poquito: alrededor de 7,000murieron trabajando. Siete mil personas, hombres de Bangladesh, la India, SriLanka, Pakistan, Nepal, que se sacrificaron para que Qatar tuviera su batuque.Yo propuse en una revista de tu patria que, al menos, le ofreciéramos a cadamártir su minuto de silencio: si lo hiciésemos, cada uno de los 64 partidosque ahora vienen serían precedidos por más de cien minutos mudos. El mundo severía, de pronto, tan distinto: millones de personas calladas durante una horay media frente a un televisor callado, pensando en como hicimos para volvernosesto.

No es muy probable que suceda. Porque el fútbol tiene ese privilegio: hace quecasi cualquier otra cosa se vuelva improbable. Nos vuelve, para empezar,improbables a nosotros mismos. Nos vuelve otros, nos transforma. Se ha dichomucho: nos permite ser niños por un rato. Yo estoy y no de acuerdo: a veces,cuando lo oigo, me dan ganas de reivindicar al noble colectivo de los niños ydecir que lo que nos vuelve es otra cosa. Por supuesto no lo hago, por aquellode no empezar tan temprano a escupir para arriba.