Un empate socialdemócrata | Mundial Qatar 2022

Imagino que en este momento de derrota, Tu Excelencia, no debe resultartefácil mirar de nuevo un verde lleno de muñecos. Y te imagino inclusodiciéndote que el fútbol, ​​al fin y al cabo, no es lo que importa de tuMéxico, y pasando un plácido domingo empeñado en disfrutar de lo que sí, desdeun buen mole de gallina hasta un cuento de Rulfo o un ensayo de CarlosMonsiváis, pasando por un paseo por las calles empedradas de tu pueblo con lasonriente S. o una canción de tus amigos los Caifanes. Y, sin embargo, tupasado germano te condena –aunque no mucho– y me habilita para contarte lo quepasó esta noche entre los tuyos y los nuestros.

Los tuyos, está claro, son los alemanes, los que te educaron; los nuestros,los españoles, los que nos engendraron. España es una entidad rara en nuestrasvidas, Tu Excelencia. Entre tantas cosas compartidas, no son menores habervivido aquí por años y haber tenido un padre –uno tú, otro yo– que nació enestas tierras. El tuyo en Barcelona, ​​el mío en Madrid, pero ambos dos eneste reino que, para patear pelotas, se disfraza de rojo.

El partido tenía, antes de ser, un morbo que después no tuvo: la victoriatemprana de Costa Rica sobre los japoneses hizo que Alemania no tuviera quejugar a todo o nada; aún perdiendo tendría una segunda chance. Cuando empezóel partido se notaba: se ve que tus germanos primos habían festejado tanto lavictoria tica que ya andaban cansados. España, al principio, controlaba.

Era un partido extraño, como si no fuera del todo lo que era. Jugaban dosequipos jovencitos con camisetas consagradas pero sin estrellas conocidas. Unode ellos, Alemania, es la quintaesencia del triunfo sin más razones que eltriunfo: gana porque gana, porque es lo que es, porque el mundo es así. Y,acostumbrados a esa banalidad –”el fútbol es un deporte que inventaron losingleses, donde juegan 11 contra 11 y siempre gana Alemania”, decía Lineker–,nada pudo sorprendernos más, a ellos y nosotros, que verlos perder el otro díacon sus viejos aliados japoneses. Por lo cual hoy se jugaban más que lo quesuelen. Estas “phases de grupos” son más aburridas que los partidos deeliminación, pero las calienta el hecho de que, a veces, uno se juegue tantomás que el otro. En un octavo o una semi, los dos juegan por lo mismo: por suvida. En un partido como el de hoy, los alemanes se jugaban casi todo, losespañoles tanto menos. Se les notaba la sonrisa socarrona.

Sus formaciones ya eran declaraciones: en Alemania, de los seis de arriba,cinco eran del Bayern; and España, the esos seis, cuatro del Barcelona. Asíprosperan, lo sabemos, los países centrals: usan los jugadores de sus propiosclubes, hombres que juegan juntos todo el año –y eso es una ventaja huge sobrelos pobres de nuestro continente, que deben rejuntar gente de los cinco mares,presentarlos, aprenderse los nombres y las mañas.

Aún así, el partido salió un poco frío. Si ayer México y Argentina pusieron enescena la lucha del capitalismo contra Lenin, esta noche todo fue más biensocialdemócrata. Alemania atacaba con torpeza tibia. Un ejemplo fue Kimmich,su supuesto líder, que consiguió sacar dos tiros libres seguidos que queríanser centros y se le iban directos por el fondo. Mientras, España intentabaaprovechar algunos toques y corridas, juventud a tope, pero fueron los viejosJordi Alba (33) y Morata (30) los que armaron el gol que los puso adelante.Veinte minutos después, cuando ya amenazaba la zozobra, un nueve de repuesto,Füllkrug, clavó el empate que dejó todo más tibio todavía.

Dos jugadores me gustaron: un alemán que nació en Inglaterra y se llama JamalMusiala –Hitler llora, se arranca los bigotes– y tiene 19 años, una elegancianatural y una potencia flaca. Y, por supuesto, Pedri. Pedri es mi perdición:uno de esos escasos que te dan ganas de mirar más fútbol. En una época dondeabundan malabaristas infructuosos, el canario no hace ni un toque de más,construye con los ojos, no gambetea –o regatea–: simplemente desdeña lapresencia de un contrario, de dos si acaso, con un paso sereno. Recuerdo algúnescritor que tú conoces que insistía en que la clave de la belleza de un textoestá en que ninguna palabra parezca superflua, que todas suenen necesarias:así juega el niño Pedri, todos sus movimientos lo parecen.